y yacente en el arrebol.
No despertaba, no dormía.
Sonámbula deambulaba
la limerencia inmarcesible
(magdalena no marchita,
novicia cautiva)
de sorpresas y epifanías.
Había una voz, (ojalá mudo)
melifluo azulejo de abril,
el más cruel de todos los meses.
Y en el alféizar cerúleo un reflejo:
(irisdiscencia celeste,
horizonte incandescente)
la efervescencia de un susurro
azul de lejos.
Una almohada fluorescente
(incómoda luminiscencia),
acuna infinitas dudas.
Y allí elocuente zambullida
en el placer boreal del cielo
zumba una libélula olvida:
cariz sombrío que alzó el vuelo
por un sendero de serendipias.
Caracoleando encontró,
en contra de lo que buscaba,
zigzagueantes verdades,
veredictos etéreos
y efímeras intuiciones:
(soluciones barrocas
a preguntas renacentistas)
evidencia inefable.
Alevosía a su naturaleza,
(necia cizaña de un hallazgo)
cedió sus rizos con caricias
a las armas del pecado:
las balas como bulanicos
violaban su nuca melosa
(pelusas, mermelada dulce)
en el azafrán de un desenlace.
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