jueves, 26 de diciembre de 2013

Siete del Nueve del Diecinueve

 Me meto las manos en los bolsillos, no quiero que los invitados vean cómo al organizador de todo esto le tiemblan así. Cierro los ojos y me concentro en el ruido de las olas golpeando la orilla con un rugido que degrada en un “shhh…”, mandando a callar a todos aquellos que murmuran dudando de su llegada. A escasos metros se encuentra él, golpeando nervioso la plataforma que salvaguarda nuestros trajes de la arena con la punta del pie. Sé que ella ya está aquí porque dejo de oír el punteo de esos zapatos que yo mismo escogí. Abro los ojos. Le miro y veo cómo se humedece los labios con la punta de la lengua, muestra su sonrisa nerviosa de dientes imperfectos  y se despeina el tupé rubio (para bien). Me mira y se pone recto, intentando no sonreír mientras la distancia entre sus cuerpos se va acortando, pero el amor le tira de las comisuras de los labios como a una marioneta. La miro. La vuelvo a mirar. Ha bajado un momento la cabeza para no tropezar con el escalón que la elevará a una nueva etapa de su vida, y cuando la sube el nudo de nervios que se me había formado en el estómago pasa a la garganta para más tarde hacerme llorar. Lo ha conseguido, porque no soy el único que está llorando; ha conseguido lo que quería. Por un momento dudo si es ella de verdad o se trata de un ángel que levita en nuestra dirección, así que miro a sus pies y encuentro unos zapatos color azul metálico a juego con la corbata de su príncipe, asomando tímidos bajo el final del vestido blanco más perfecto que he visto nunca. “Maldita Cenicienta”, pienso, y me doy cuenta de que estoy sonriendo descaradamente.

El campo de cabezas giradas que se extiende ante mí se va transformando en caras de emoción según ella va avanzando a través de aquella alfombra del rojo de sus labios: pasión. El resto es cosa suya. Las olas se callan para escuchar sus “sí quiero” sinceros y el viento sopla suave hasta que consigue arrancarle el velo. Ella grita riendo. Yo lo cojo al vuelo. Él la sorprende callándola con un beso. La gente aplaude y una señora de la primera fila con un tocado perfecto se levanta y exclama entre lágrimas de emoción “¡Se me ha casado la niña!”.

No sé exactamente si eran mariposas, pero estaban ahí sin que yo las llamara; cada vez que te acercabas, ¡revoloteaban!. Eran tuyas pero estaban en mi estómago...

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.
"Mariposas en el estómago", vaya metáfora de mierda. Más bien parecen abejas asesinas.

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- Ligia García y García