martes, 15 de enero de 2013

Besos salados

 Se apoyaba torpe en la moto, que era fea y triste como él. Más de una vez me hubiese gustado quedarme durante días observándole así, echado en el cristal frío de mi ventana, disfrutando de su pensar fingido; pero sabía que abajo me esperaban sus labios, y las ganas de creer que era feliz podían con mi curiosidad, con el misterio que se me antojaba su inexplicable belleza. Me bebía las escaleras temiendo llegar a su encuentro y descubrir que la lluvia de Abril lo había arrastrado hasta el estanque en el que empezamos a odiarnos. Se miraban nuestros ojos y sin nuestro consentimiento se dibujaban nuestras sonrisas. No podía evitar acabar con los 3 metros que separaban mi puerta de sus abrazos de cuero. Sin dejar de abrazarme me subía en su moto sin que me diera cuenta, y alzaba el vuelo. Cabezas sin casco. El camino a su casa era la excusa perfecta para explicar nuestras lágrimas. Lleno el depósito, vacíos nosotros. Su corazón le preguntaba a mi cara en su espalda por qué no amaba a su dueño, al igual que amaba cada segundo perfecto a su lado; el espejo retrovisor me chivaba que él se hacía la misma pregunta. A veces nos bajábamos, a veces no. Cuando lo hacíamos culpábamos al viento de la humedad que acusaba nuestros ojos y entrábamos al pórtico de su bloque de pisos, para resguardarnos de la realidad. Nos mirábamos confiando en que el silencio precipitaría la penumbra que nos limitábamos a esperar sentados uno frente al otro.

 Llegaba al fin la noche, y matábamos con besos de horas la tristeza de toda una vida, a oscuras en su portal. El nudo pasaba de nuestras gargantas a nuestras lenguas. Paseaba la suya por toda mi línea de dientes, divertido y sensual. Nos comíamos uno al otro, matándonos aún más del hambre. Nos mordíamos, nos bebíamos, nos llenábamos. A veces no distinguía su boca de la mía. Nuestros labios se despedían con caricias con prisa que se atropellaban, desembocando en otro beso que se negaba a acabar.

 Nos dijeron que la vida era corta, pero nosotros seguimos besándonos, aún sabiendo que nuestros relojes se dispararían. Solíamos amanecer casi dormidos, boca con boca, pensando que no habían pasado más que cinco, quizás diez minutos. Todavía creo que nos besábamos soñando y despertábamos besando; aún no sé si la comisura de sus labios se convertía en mi almohada, o mi almohada me traía falso cada momento. Me gustaría saber si la última vez fue real o sólo un sueño, aunque sus labios supieron tan reales como sus palabras, sí es cierto menos amargos:

 Creo que la forma más triste de vivir es no tener en tu mano el poder de hacer feliz a la persona a la que amas. 

 Nunca unos besos supieron tan salados.

No sé exactamente si eran mariposas, pero estaban ahí sin que yo las llamara; cada vez que te acercabas, ¡revoloteaban!. Eran tuyas pero estaban en mi estómago...

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.
"Mariposas en el estómago", vaya metáfora de mierda. Más bien parecen abejas asesinas.

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- Ligia García y García