Ahora todos —pacientes, enfermeros, familias y visitas— están bajo la zona techada del patio del hospital; todos menos yo. Cierro los ojos y miro cara a cara al cielo gris de este Noviembre, casi rogándole a las gotas de agua que descienden desde él que lluevan sólo sobre mí. Abro la boca para beber un poco de esa pequeña parte de cúpula celestial que se viene abajo en forma de lluvia —al igual que una pequeña parte de nosotros se viene abajo cuando lloramos, en forma de lágrimas—, e inspiro fuerte esperando encontrarme con el olor a tierra húmeda procedente de los maceteros del hospital ,característico de los otoños y primaveras; entonces me sorprende su olor.
Abro los ojos y la encuentro empapada, con todo el pelo pegado a la cara, los ojos azules y brillantes como nunca antes, la pintura corrida y una sonrisa perfecta de dientes blancos y labios fresa. A ella se le escapa su habitual "holi" y a mí me sonríe el corazón. Que me esté mirando así, haciendo que me sienta un poco más normal al no ser el único al que no parece importarle que le esté cayendo encima semejante chaparrón, me recuerda algo que parece que hacía meses que había olvidado: ella, aquí, conmigo y cada instante que se deriva de su compañía, me hacen feliz.
Le sonrío y estalla en su boca una de sus habituales carcajadas infantiles, aunque esta vez me resulta bastante más irresistible. No sé cómo ni por qué pero la beso. "¡Joder tío, la estás besando!" me escucho gritar a mí mismo en mi cabeza. Para de llover. Sale el sol. Siento una fuerza en el pecho que me roba sus labios, húmedos como la tierra de los maceteros, y me descubro nadando en un charco —de agua y de dudas.
Me saco el móvil del bolsillo del pijama, nervioso, esperando encontrarlo seco, esperando encontrarte seco. Buscando tu foto descubro que sólo tengo fotos de ti, y al verte de nuevo, intacto, perfecto tras la pantalla, lloro tu ausencia patético rodeado de gente que me tiende la mano. Quieren ayudarme a levantarme, todos me miran con pena. Les ignoro y te miro de nuevo. Lloro. Chillo. La gente que hasta hace unos segundos creía que estaba cuerdo desaparece en cuestión de ellos. Me da igual, no necesito sus manos para levantarme y salir de este charco de lluvia y mierda, necesito las tuyas.
Subo la vista y la encuentro de nuevo: doña perfecta perfectamente pasada por agua.
—No va a venir —empieza a decirme mirándome triste y a los ojos—, lo siento.
—Pero, ¿lo sabe ya? —pregunto con la esperanza de que no conozcas aún la noticia, y de que esa sea la razón por la que me has abandonado.