martes, 31 de diciembre de 2013

31/12/2013

Han sido:

3 meses,
1 secreto.

1 no lo sabe,
2 fingen que no ha pasado.

2 personas que se quieren,
0 saben quiénes. Han sido y son
1 amor y
3 amantes.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Siete del Nueve del Diecinueve

 Me meto las manos en los bolsillos, no quiero que los invitados vean cómo al organizador de todo esto le tiemblan así. Cierro los ojos y me concentro en el ruido de las olas golpeando la orilla con un rugido que degrada en un “shhh…”, mandando a callar a todos aquellos que murmuran dudando de su llegada. A escasos metros se encuentra él, golpeando nervioso la plataforma que salvaguarda nuestros trajes de la arena con la punta del pie. Sé que ella ya está aquí porque dejo de oír el punteo de esos zapatos que yo mismo escogí. Abro los ojos. Le miro y veo cómo se humedece los labios con la punta de la lengua, muestra su sonrisa nerviosa de dientes imperfectos  y se despeina el tupé rubio (para bien). Me mira y se pone recto, intentando no sonreír mientras la distancia entre sus cuerpos se va acortando, pero el amor le tira de las comisuras de los labios como a una marioneta. La miro. La vuelvo a mirar. Ha bajado un momento la cabeza para no tropezar con el escalón que la elevará a una nueva etapa de su vida, y cuando la sube el nudo de nervios que se me había formado en el estómago pasa a la garganta para más tarde hacerme llorar. Lo ha conseguido, porque no soy el único que está llorando; ha conseguido lo que quería. Por un momento dudo si es ella de verdad o se trata de un ángel que levita en nuestra dirección, así que miro a sus pies y encuentro unos zapatos color azul metálico a juego con la corbata de su príncipe, asomando tímidos bajo el final del vestido blanco más perfecto que he visto nunca. “Maldita Cenicienta”, pienso, y me doy cuenta de que estoy sonriendo descaradamente.

El campo de cabezas giradas que se extiende ante mí se va transformando en caras de emoción según ella va avanzando a través de aquella alfombra del rojo de sus labios: pasión. El resto es cosa suya. Las olas se callan para escuchar sus “sí quiero” sinceros y el viento sopla suave hasta que consigue arrancarle el velo. Ella grita riendo. Yo lo cojo al vuelo. Él la sorprende callándola con un beso. La gente aplaude y una señora de la primera fila con un tocado perfecto se levanta y exclama entre lágrimas de emoción “¡Se me ha casado la niña!”.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Te delatas

Lo siento,
pero ya no,
ya no me creo que no me quieras.
Te delata tu insomnio,
te delatan tus ojeras.

Ya no me creo que no me quieras.
Te delatan tus palabras,
cuando dices "¿cuándo vuelves?"
(en lugar de "buen viaje")
cada vez que cojo el tren de vuelta a casa.

Cuando dices "¿cuándo vuelves?"
y suenas como un niño.
Te delata tu pecho,
te delatan tus latidos
(que se aceleran cada vez que estoy contigo).

Te delata tu pecho
que golpea los abrazos
que nos damos callados
(al anochecer o al alba),
para que el Sol nos vea de lejos.

¿Qué nos damos callados?
Nos damos besos mudos,
nos regalamos miradas
(que hablan sin que digamos nada)
y caricias en la espalda.

Nos regalamos miradas
que más que delatarte te dilatan;
te dilatan tus pupilas,
más que tuyas mías
(por un momento).

Te dilatan tus pupilas,
escondidas en tus párpados cansados.
Lo siento,
sé que no te dejo dormir desde hace tiempo
(de tus sueños a tus pensamientos).

Lo siento,
pero ya no,
ya no me creo que no me quieras.
Te delata tu insomnio,
te delatan tus ojeras.

Ya no me creo que no me quieras.
Te delatan tus labios,
que tiemblan cuando dicen mi nombre.
Lo siento,
pero ya no.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Concerto di gatti

—¿Me echarás de menos?
—Sí
—¿Y podré llamarte?
—Sí.
—¿Me darás los buenos días cada día?
—Sí.
—¿Y me darás las buenas noches cada noche?
—Sí.
—¿Me dejarás decirte que te quiero?
—Sí.
—¿Y me dirás que me quieres?
—Sí.
—¿Me quieres?
—Sí.
—¿Y te casarás conmigo?
—Sí.
—¿Tendremos hijos?
—Sí.
—¿Y realizaremos juntos nuestros proyectos de futuro?
—Sí.
—¿Moriremos juntos?
—Sí.
—¿Y me amarás aún después de morir?
—Sí.

 Y con la luz apagada, los ojos cerrados y la grabadora en la mano, intentó quedarse dormida imaginando que aquellos síes no eran una grabación de voz reproducida una y otra vez y que aquella conversación con él era real. Pero entonces rebobinó más atrás de aquel "sí" convincente, y escuchó la verdadera pregunta, que ella misma le había hecho, a la que él contestaba con tanto entusiasmo:

—¿Quieres pasar con ella el resto de tu vida?

Y los gatos de su calle maullaron al compás de los sollozos de cada noche.

lunes, 2 de diciembre de 2013

El día que perdí mi tren favorito

Meto la mano en el bolsillo inmovilizada por el frío, rogándole al Dios en el que no creo que sea en el que estén las llaves. Por lo visto Dios me quiere. Abro la puerta al tercer intento y el calor oscuro me acoge. No me molesto en encender las luces, ya sé ir a oscuras a mi nuevo cuarto. Me tumbo en la cama y respiro fuerte para comprobar que el ambientador que mi madre me compró sigue desprendiendo su olor a lavanda. Yo y mi obsesión por los olores desde que supe que Nietzsche consideraba el olfato el más importante de los sentidos; y por la lavanda desde que supe que mi ex-novia es alérgica a ella.

Las once, las una, las tres, las cuatro... creo que ya no vas a venir. ¿Por qué sigo esperándote si hace un mes que no irrumpes en mi cuarto de madrugada como acostumbrabas a hacer? A lo mejor es que soy gilipollas y no acepto que ya no te importo, que ya no abrirás nunca más la puerta sin hacer ruido y asomarás tu sonrisa picarona por ella, que ya no volverás a tumbarte en mi cama sin mi permiso ni a pedirme con la mirada que me tumbe a tu lado, que se acabaron los abrazos "olor a ti" que transformaban en segundos las horas; o a lo mejor es que no me acabo de creer que no me quieras.

Me gustaba más al principio, cuando pensaba que lo que echaba de menos era follar contigo. Ya sabes, tus brazos grandes como a mí me gustan, tus hombros anchos, tu pecho y abdomen definidos en su justa medida, y el encajar perfecto de nuestros cuerpos. Pero parece ser que también echo de menos tu voz. Y tu estar merodeando todo el día por mi cuarto como si fuera el tuyo. Y tus bromas y tu picarme continuamente. ¿Qué ha pasado? Ella.

Apago la luz y te imagino sentado en mi cama como aquel día en el que me dijiste aquella mentira:
—Oye.
—Dime.
—Que yo te quiero, ¿eh?
—Y yo a ti, hombre —recuerdo que ni me molesté en apartar la vista de mi ordenador.
—Pero es que yo te quiero mucho.
Te miré.
—Yo también te quiero mucho.
—Pero de verdad...
Y no se me ocurrió otra estupidez que preguntarte que por qué me hacías la pelota, que qué querías. Te quedaste en silencio y tu sonrisa se curvó inversa. Me dedicaste entonces tú primera felicidad fingida y me dijiste con voz temblona y apartando la mirada:
—Estoy enamorado de ella.

Siento los pies helados y los froto entre sí para hacerlos entrar en calor, recordando los masajes que nos dábamos el uno al otro para mantenérnolos calentitos. Sonrío y cierro los ojos, dispuesto a conseguir no soñar esta noche contigo, pero entonces aparece la imagen de las puertas de un tren cerrándoseme en las narices y abandonando la estación. El último vagón levanta el aire al desaparecer frente a mí y me llena la nariz de tu olor dulzón y la boca de tus besos suaves; los ojos de las lágrimas que en tu hombro lloré y las manos de la fuerza con la que debería haberte demostrado que te amaba, en forma de puño cerrado, con las uñas clavándoseme en las palmas. Es el recuerdo de aquel día que te levantaste de mi cama para no volver a tumbarte en ella y saliste de mi habitación para no volver a entrar; el recuerdo del día en el que perdí mi tren favorito: tú.

No sé exactamente si eran mariposas, pero estaban ahí sin que yo las llamara; cada vez que te acercabas, ¡revoloteaban!. Eran tuyas pero estaban en mi estómago...

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.
"Mariposas en el estómago", vaya metáfora de mierda. Más bien parecen abejas asesinas.

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