Aunque no lo sabíamos (o no queríamos saberlo) nuestra vida aún no estaba arruinada. Aún éramos cuatro desconocidos cuando nos autodeclaramos unos desgraciados, pero pronto la vida nos iba a demostrar que estábamos equivocados, y es que perder al amor de tu vida siempre te hace verlo todo de otra manera.
Decido tatuar sobre el papel los acontecimientos que nos llevaron un día a esta locura conjunta de aparente felicidad que nos perseguirá el resto de nuestras vidas, aunque estemos todos muertos. Lo escribo desde el puente en el que me suicidaré cuando acabe de contar a nadie nuestra historia; quizás con la esperanza de que mientras lo hago encuentre la respuesta a mi vida o de que él decida amarme antes de que llegue el día.
Me siento en el borde, lo más al borde que puedo, porque las palabras son más sinceras cuando sabes que pueden ser las últimas. Así que empezaré con el momento en el que le conocí, antes de que el viento decida por mí el día de mi muerte, porque quiero dejar claro que le amé desde el primer instante.