sábado, 15 de diciembre de 2012

Pi, pi, pi...

 Me despierta dulce un calor en la frente. El sol sube lento el escalón de luz que la vieja persiana del hospital sufre como recuerdo de mi última visita. Ahora el ángulo que forman sus rayos con la herida del plástico escarchado se muda a mis ojos. Sabía que tarde o temprano tendría que descubrir, sin sorpresa, dónde estaba; pero hasta que no abro los ojos no lo acepto: hoy me toca vivir de nuevo el mismo infierno de cada sábado.

 La miro y me enseña sus canicas de mar. Sus azules me recuerdan a ti y me hacen preguntarme cuánto tiempo estaremos esta vez sin hablar, aunque me responde a otra pregunta bien diferente: "¿por qué te quiero?"; y de tu azul se tiñen mis labios, que ahora esbozan una sonrisa.

 Ella, que sabe que para mí su mirada eres tú, cierra fuerte los ojos en su empeño porque te olvide, sin darse cuenta de que lo único que está haciendo es no querer ver lo más increíble que se ha visto y podrá verse jamás: mi amor por ti.

 Mis pupilas ceden entonces toda la luz a mis párpados en forma de fuego, para viajar a través de mis recuerdos hasta ti. Tus manos apretándome fuerte me avisan de que ya ha llegado el momento. Abro los ojos y a ella ya se la han llevado. En la puerta se apoya el enfermero más guapo de todo el hospital. Me mira; sonríe y me parece que esté llorando. Al salir al pasillo el olor a pintura me pica en la cabeza, y me pregunto si además de los botes a los lados del pasillo la peste también puede ser producto puro de mi esquizofrenia .

 Llegamos a la sala Q. Me tumbo y busco el techo. Lo encuentro, y entonces cambio las lágrimas que acostumbran a inundar el cielo amarillento del sitio por una sonrisa aún más triste que la del enfermero, ¿sabes por qué?, porque de tu azul, azul el techo.

 Miro a esa tortuga con agujas que se encarga de contar el tiempo a la que llaman reloj y le escupo las 4 horas que muero por que acaben. "No será para tanto", me trato de convencer.
—Buenos días —les suspiro.
—Buenos días, 117 —me sonríen.

Pi, pi, pi...

 Y ahora, a vomitar todas las palabras que aún no he dicho.

No sé exactamente si eran mariposas, pero estaban ahí sin que yo las llamara; cada vez que te acercabas, ¡revoloteaban!. Eran tuyas pero estaban en mi estómago...

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.
"Mariposas en el estómago", vaya metáfora de mierda. Más bien parecen abejas asesinas.

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