miércoles, 10 de julio de 2013

Cómo viajar a Noruega en una bici rosa

 Mi abuelo siempre decía que no hay nada más satisfactorio que tachar una línea más de tu lista de Cosas que hacer antes de morir, pero yo me apunto hoy para decir a los hijos de mis hijos algo que satisface más aún: tacharla antes de escribirla. Y es que ya se sabía que no habría cáncer que me impidiese ver la aurora boreal antes de morir, pero ¿quién me iba a decir a mí que lo haría junto a tus labios morados de frío, tomando helado sabor "tus besos" sobre el barquillo de tus abrazos?

 Teníamos las manos verdes de arrancar la hierba de nuestro parque y tan sólo seis años cuando me lo prometiste.  Estábamos allí sentados en lo poquito de césped que habíamos dejado a lo largo de nuestra sexta primavera, y es que nos encantaba hablar mientras desahogábamos nuestra naturaleza destructiva deshaciéndonos de él. Los demás niños jugaban pero nosotros preferíamos soñar con el libro "Los 100 lugares más maravillosos del mundo" que te había regalado tu padre antes de abandonaros a ti y a tu madre y desaparecer para siempre. Me acariciaste la cara pintándomela de verde esperanza y me dijiste:
—Irás, yo te prestaré mi bici. Te lo prometo.
—Pero tu bici es rosa.

 Saco ahora de mi mochila el capítulo quinto de aquel libro: "5. Noruega". Recuerdo que lo arrancaste y me lo entregaste sin pensártelo dos veces al darte cuenta de que cada tarde me quedaba embobado mirando todas y cada una de sus páginas, a pesar de saberme los sitios de memoria. No sabía leer aún, pero mi madre se había encargado de hacerme saber el nombre del lugar al que pertenecía mi favorita de entre todas aquellas imágenes; y más de dos décadas después aún no lo he olvidado: Reine. Río entonces al recordar que pretendías hacerme venir en bici desde nuestro pequeño pueblo andaluz; pero tu bici era rosa.

 La leucemia nos distanció 23 años. Me vine a Madrid a vivir y ninguno supimos del otro: tú por miedo a confirmar que me había ido para siempre y yo por miedo a descubrir que ya no te importaba. Y hace una semana decides aparecer con las manos llenas de hierba.
—¿Quién eres?
—La persona que te hará feliz los últimos meses de tu vida.

 Me abstuve a preguntarte el porqué de todo aquel tiempo sin saber de ti y tú te abstuviste a preguntarme el porqué te había dejado creer toda tu vida que estaba muerto. Nos limitamos a sacar los billetes de avión y venir a Noruega a pasar mi última primavera juntos: hicimos el amor en Reine hasta que perdimos la cuenta y sin saber cómo hemos acabado en el norte tachando juntos el número 37 de mi lista de Cosas que hacer antes de morir. Ahora, en el avión de vuelta a casa, y con unos cuantos kilos menos de abrigo, descubro en tu hombro un tatuaje demasiado pequeño como para verlo en cualquiera de nuestras noches oscuras de sexo: es una bici diminuta, como si perteneciese a un niño de seis años; azul. Te das cuenta de mi hallazgo y te sonríes dulce preguntando:
—¿Te gusta?
—Sí. Pero tu bici era rosa.
—La pinté de azul por si algún día regresabas.

 Aterriza el avión al tiempo que tus labios lo hacen en mi boca. Y por primera vez en 23 años, duele tener que morirme.

viernes, 5 de julio de 2013

"Porque sentir es lo primero" de E. E. Cummings

Porque sentir es lo primero 
el que preste atención 
a la sintaxis de las cosas 
nunca podrá besarte por completo 

ser un completo idiota 
mientras es Primavera en el mundo 

le parece muy bien a mi sangre, y que los besos 
son un mejor destino 
que la sabiduría 
nena, lo juro por las flores. 
No, no llores 
-el mejor guiño de mi mente vale menos
 que el aleteo de tus párpados que dice 

que somos uno para el otro: 
riéte, entonces, recostada 
entre mis brazos, porque la vida no es un párrafo. Y la muerte 
me parece que no es ningún paréntesis.

miércoles, 3 de julio de 2013

Por qué creo en el amor

 Quizás la culpa sea de la bibliotecaria de mi pueblo, que desde que se enteró de que era gay no ha parado de incluir en mi pack mensual de libros a leer alguno que otro perteneciente a la colección "Ellas". Qué gracia me hace que ahora la segmentación de mercados elija qué novela debes leer si eres hombre y cuál si eres mujer (u homosexual, claro); pero más gracia aún me hace que estos libros suelan encantarme.

 Y es que uno, desencantado de la vida y del amor, coge uno de estos libros y no puede evitar que se le antoje vivir una historia de amor perfecta con final feliz incluido, llena de príncipes azules y mariposas en el estómago. Echo tanto de menos a alguien que me demuestre que no me equivoco cuando creo en el amor, que antes de acabar una de estas novelas (por llamarlas de alguna forma) ya estoy buscando otro pastel del estilo que comerme con los ojos.

 Esta fe en el amor también se la puedo deber a mi madre, que me cuenta que sigue sintiendo un cosquilleo por todo el cuerpo cada vez que besa a mi padre; o a éste, que no puede evitar sonreír cuando ella sonríe, por muy mal que vayan las cosas o muy duro que haya sido el día.

 Incluso puede que la culpable sea la adolescencia, esa bestia de fuerza inmensurable que nos hace creer que los "para siempre" existen, que somos capaces de todo y que se puede cambiar el mundo. Seguramente también sea ella la responsable de esta sensación de que no llegará el día en el que tú no seas la persona cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío.

 Y de nada sirven todas estas especulaciones porque realmente, el amor no será más que química y biología: el arma más sencilla pero también la más dolorosa que encontró la naturaleza para hacernos copular como conejos y dejar descendencia de manera segura (se supone que el amor mantendría unida a la pareja para que las crías estuviesen cuidadas por ambos, qué risa). Pero si las madres y padres solteros, los homosexuales, los asexuales y el inventor de los métodos anticonceptivos nos reímos en la cara de la naturaleza (en la medida de lo que se puede), ¿por qué no lo va a hacer el amor?, ¿por qué no va a dejar de ser un conjunto de meras reacciones químicas para pasar a ser algo más?, ¿por qué no va a ser para siempre?

 A cada palabra que escribo me doy cuenta de que estoy más loco y que posiblemente crea en el amor porque es bonito o porque siento envidia de las parejas que se ríen y besan por la calle y en las películas, o simplemente porque quiero ser feliz y a la gente enamorada se le ve feliz;

 de que quizás todo esto no sean más que falsas razones que busco para no aceptar que 
creo en el amor porque sigo creyendo en ti.

No sé exactamente si eran mariposas, pero estaban ahí sin que yo las llamara; cada vez que te acercabas, ¡revoloteaban!. Eran tuyas pero estaban en mi estómago...

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.
"Mariposas en el estómago", vaya metáfora de mierda. Más bien parecen abejas asesinas.

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- Ligia García y García