Mi abuelo siempre
decía que no hay nada más satisfactorio que tachar una línea más de tu lista de
Cosas que hacer antes de morir, pero
yo me apunto hoy para decir a los hijos de mis hijos algo que satisface más
aún: tacharla antes de escribirla. Y es que ya se sabía que no habría cáncer
que me impidiese ver la aurora boreal antes de morir, pero ¿quién me iba a decir
a mí que lo haría junto a tus labios morados de frío, tomando helado sabor
"tus besos" sobre el barquillo de tus abrazos?
Teníamos las manos
verdes de arrancar la hierba de nuestro parque y tan sólo seis años cuando me
lo prometiste. Estábamos allí sentados
en lo poquito de césped que habíamos dejado a lo largo de nuestra sexta
primavera, y es que nos encantaba hablar mientras desahogábamos nuestra
naturaleza destructiva deshaciéndonos de él. Los demás niños jugaban pero nosotros
preferíamos soñar con el libro "Los 100 lugares más maravillosos del mundo"
que te había regalado tu padre antes de abandonaros a ti y a tu madre y desaparecer para siempre. Me acariciaste la cara
pintándomela de verde esperanza y me dijiste:
—Irás, yo te prestaré mi bici. Te lo prometo.
—Pero tu bici es rosa.
Saco ahora de mi
mochila el capítulo quinto de aquel libro: "5. Noruega". Recuerdo que
lo arrancaste y me lo entregaste sin pensártelo dos veces al darte cuenta de
que cada tarde me quedaba embobado mirando todas y cada una de sus páginas, a
pesar de saberme los sitios de memoria. No sabía leer aún, pero mi madre se
había encargado de hacerme saber el nombre del lugar al que pertenecía mi
favorita de entre todas aquellas imágenes; y más de dos décadas después aún no lo he
olvidado: Reine. Río entonces al recordar que pretendías hacerme venir en bici
desde nuestro pequeño pueblo andaluz; pero tu bici era rosa.
La leucemia nos
distanció 23 años. Me vine a Madrid a vivir y ninguno supimos del otro: tú por
miedo a confirmar que me había ido para siempre y yo por miedo a descubrir que
ya no te importaba. Y hace una semana decides aparecer con las manos llenas de
hierba.
—¿Quién eres?
—La persona que te hará feliz los últimos meses de tu vida.
Me abstuve a
preguntarte el porqué de todo aquel tiempo sin saber de ti y tú te abstuviste a
preguntarme el porqué te había dejado creer toda tu vida que estaba muerto. Nos
limitamos a sacar los billetes de avión y venir a Noruega a pasar mi última
primavera juntos: hicimos el amor en Reine hasta que perdimos la cuenta y sin
saber cómo hemos acabado en el norte tachando juntos el número 37 de mi lista
de Cosas que hacer antes de morir.
Ahora, en el avión de vuelta a casa, y con unos cuantos kilos menos de abrigo,
descubro en tu hombro un tatuaje demasiado pequeño como para verlo en
cualquiera de nuestras noches oscuras de sexo: es una bici diminuta, como si perteneciese a un niño de seis años; azul. Te das cuenta de mi hallazgo y te sonríes
dulce preguntando:
—¿Te gusta?
—Sí. Pero tu bici era rosa.
—La pinté de azul por si algún día regresabas.
Aterriza el avión al
tiempo que tus labios lo hacen en mi boca. Y por primera vez en 23 años, duele tener que morirme.
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Mis palabras te han abierto las puertas de lo que soy, ¿acaso no sería justo que dijeses ahora qué sientes tú?