Debo olvidarte. Quiero olvidarte. Deseo amarte.
El deber es para los civilizados, y yo por ti he perdido cualquier tipo de orden social y mental.
El querer es para los valientes, y los valientes no intentan huir de la vida dos veces por semana.
Yo no soy lo suficientemente inteligente para saber qué debo o no hacer y soy lo bastante cobarde como para no tener ninguna fuerza de voluntad, ninguna fortaleza que me haga luchar por lo que quiero.
Pero tengo algo mucho más fuerte que el "debo" y el "quiero" juntos: el "deseo".
¿Sabéis qué es lo mejor de desear?: que sólo consiste en sentir, en esperar; y a veces puede ser precioso, maravilloso, si tus deseos se hacen realidad.
¿Sabéis qué es lo peor de desear?: que aunque el deseo esté tan lejos que no puedas alcanzarlo, aunque no tengas las suficientes fuerzas para seguir luchando por él, aunque seas plenamente consciente de que es imposible de cumplir, no dejas de desear, sigues deseando, incluso con más potencia que cuando desconocías su imposibilidad, su inaccesibilidad.
Entonces se acaba todo: las ganas de sonreír, de desear otra cosa que alcanzar con la que ser feliz, las ganas de vivir... Lo único que queda es el deseo, lo único que queda es el deseo...
Mientras viva te recordaré, cuando muera será porque te haya olvidado. Porque tú eres el deseo que me mantiene vivo, porque los deseadores como yo necesitamos deseos para vivir. El problema es que hace tiempo que dejé de ser un deseador y me convertí en un amante: cuando te deseé y me hiciste prisionero de tus abrazos, cuando me condenaste a la pena de muerte más dura que jamás ha existido: morir de amor por ti.
Lo único que queda es el deseo, y mi último deseo se transformó en la necesidad de que estuvieses bien, de que fueras feliz, de que algún día me amases...
Lo único que queda es el deseo, por eso me abrazo al amor que te tengo, más fuerte incluso de lo que un día me abracé a ti.
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