domingo, 6 de enero de 2013

Sangre, frío y abrazos

"Ver amanecer desde el cielo debe de ser increíble" me digo despierto pero temeroso de abrir los ojos debido a la claridad que acusan mis párpados. "¿Lo he conseguido?, ¿estoy ya en el cielo?, ¿quizás en el infierno?"

 Abro los ojos. La luz duele. Parpadeo. El cielo se asemeja bastante a una habitación de hospital y Dios a un enfermero guapo, el más guapo del hospital, el de siempre... Quizás sea un ángel. Quizás... Un momento. No estoy en el cielo, sigo vivo. Sigo vivo... Maldita sea. Lloro en silencio.

 Trato de incorporarme, pero la espalda me quema y tengo las manos atadas a la camilla. No, no están atadas a la camilla, sólo están vendadas. Vuelvo a intentar levantarlas, consciente de su libertad. No puedo. No siento las muñecas. Quiero levantarme y no puedo. Vuelvo a llorar y esta vez no es en silencio.

El enfermero que me escucha viene en seguida. Silencio mi llanto y le quito la mirada, que me busca constantemente. Me seca las lágrimas y me siento casi violado de no poder evitarlo. Finalmente sus manos bañándose en mi cara me resultan agradables y cariñosas, y opto por devolverle la mirada. Si pudiera mover las manos yo también le secaría a él las lágrimas.

—Me desafías.

 Si no hubiese olvidado cómo hablar contestaría "¿qué?". La expresión de su cara, ¿es sólo pena o algo más? Me canso. Cierro los ojos.

 Creo que estoy dormido cuando sus labios tocan los míos. Cualquiera diría que es un beso, pero no es un beso. ¿Por qué no giro la cabeza? Justo antes de que desee que se separe de mí, lo hace. Abro los ojos y me encuentro los suyos tan cerca que me asusto. El suspiro que delata mi cobardía me devuelve el aire que se había llevado su boca.

—Cuando empiezo a creer que eres feliz, apareces otra vez por aquí.
—¿Quién eres? —pregunto propinando una muestra más de mi sutil bordería.
—Soy Ángel, el enfermero de las otras tres veces. Esta última me ha sorprendido, no es tu estilo—. La tranquilidad con la que habla del tema me estremece.
—Ya... —es todo lo que acierto a responder—. Nos quedamos más de diez minutos de reloj mirándonos, hablando en silencio de algo que aún no tengo muy claro.
—Vuelve a intentarlo y te mato —acaba por decir.
—Trato hecho.

 Reímos. Se marcha y mi aburrimiento descubre la pulsera de Alv en la papelera que hay junto a mi camilla. Está empapada de... Bueno, está empapada. Me lanzo a cogerla olvidando que no puedo moverme. ¿El resultado?: un viaje gratuito al suelo helado. El golpe no ha dolido. Supongo que tengo fiebre porque el frío de las losas sobre las que estoy ahora desparramado me alivia.

 Pienso en él, como no podría ser de otro modo. Y el delirio de la fiebre me trae más reales que nunca sus abrazos.

—Tranquilo, enano.
—Tengo miedo, protégeme —. Alv no contesta.
—Tengo miedo, protégeme —repito.

 Quiero que conteste "Te protejo, estoy contigo. Te quiero", pero mi imaginación tiene unos límites. El silencio me devuelve las lágrimas; y cuando estas se acaban, el sueño.

No sé exactamente si eran mariposas, pero estaban ahí sin que yo las llamara; cada vez que te acercabas, ¡revoloteaban!. Eran tuyas pero estaban en mi estómago...

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.

—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.
"Mariposas en el estómago", vaya metáfora de mierda. Más bien parecen abejas asesinas.

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