A veces estamos en todo lo alto y otras en lo más bajo; las subidas son largas y se hacen eternas, y están llenas de pavor a estar en lo más alto e inseguridad, mientras las bajadas son rápidas, sin que apenas nos podamos dar cuenta de cómo pasan, aportándonos tan solo unos segundos de diversión efímera. Desde arriba las cosas pierden tamaño e importancia, y desde abajo la realidad de todo nos hace ver en ocasiones la cima más lejos incluso de lo que nos gustaría llegar.
Se podría decir que el 90% del tiempo que pasamos subidos en una montaña rusa sentimos miedo, tensión, agobio, arrepentimiento... Y el 10% disfrutando, riendo, con las lágrimas saltadas por la velocidad, gritando de excitación o sin aliento.
Tan sólo uno de cada diez instantes que vivimos nos resulta agradable, sin embargo seguimos montándonos en ella; y a mí, al menos de momento, me ha merecido la pena.
Así que si puedo elegir cómo morir, que sea en una montaña rusa descarrilando, gritando por la emoción de sentir (miedo, diversión, o lo que sea), y no del aburrimiento de estar viendo desde abajo cómo todos se la jugaron y lo único que les pasó fue lo que yo me perdí: la vida.