Se le antojan desconocidos cuando surgen de entre la espuma. Klara sumerge de nuevo los dedos, antes de que queden a la vista sus horrorosos pies, mientras se pregunta por qué se pinta las uñas de un sitio que sólo ella ve, pues Estocolmo no es precisamente el lugar más indicado para pasearse en camiseta de tirantes y sandalias. Golpea con las manos el agua de la bañera en la que todos los viernes por la noche juega a olvidar que está sola, y unos chapoteos que pretenden ser divertidos acaban salpicándole el ojo de una mezcla de agua, jabón y pocas ganas de vivir. Le parece de todas la mejor excusa que ha tenido a lo largo del día hasta ahora para llorar sin sentirse débil. Se deja hundir como el Titanic: chocada y partida; y sus gritos se ahogan intentando escapar de aquella bañera de apenas dos metros cuadrados. Las paredes vibran y le devuelven el sonido de un alma vacía, que es un eco que siempre responde. Sale a la superficie, toma aire y se asegura a sí misma que no ha llorado. Coge el móvil para leer buscando lo que sabe que no va a encontrar en una lista que conoce de memoria.
Amigos.
Familia.
Amantes.
Adopta la posición de lanzamiento a canasta y describe con el móvil una parábola que acaba en el agua. Sonríe y recuerda que toda relación se basa en un mínimo interés mutuo. "Quizás me sobren ganas de querer incondicionalmente y me falten intereses". Porque a veces la amistad, la familia o el sexo no pueden llegar a donde sólo hay sitio reservado para uno. Y es que hay amores infinitos que nunca serán capaces de llenar vacíos diminutos. Y ya se sabe que cuanto más fina la aguja, más pincha.
Se pone de pie, se seca las manos, coge el secador del armario que a su madre algún día le pareció útil poner junto a la bañera, y suelta una carcajada al imaginar a un agente inmobiliario vendiendo el enchufe del baño como un lujo a compradores suicidas.
No será ella la que espere una llamada esta noche.
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—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.
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