Ven, abrázame muy fuerte, hazme sentir que soy tuyo; que no pertenezco
a nada ni a nadie que no sea tú y tus abrazos. Recuérdame por qué no me he
rendido aún. Hazme olvidar que cada uno de nuestros abrazos tiene que acabar;
que nunca dejaré de amarte y que nunca me amarás. Dime que aunque todo esto
esté mal, nunca me soltarás, nunca. Miénteme, dime que me necesitas como yo te
necesito, que me piensas como yo te pienso, que me sueñas como yo te sueño.
Lo sé. Sé que no me amas. Sé que no puedes hacerlo. Por eso
no te pido que me ames, sólo te pido que me abraces, que me beses. Bésame. Bésame
lento y fuerte. Acaríciame suave con tu aliento. Fúndelo con el mío. Quítamelo.
Déjame sin respiración. Róbame el tiempo para tomar aire y gritarle al mundo mi
única verdad. Sálvame la vida.
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Mis palabras te han abierto las puertas de lo que soy, ¿acaso no sería justo que dijeses ahora qué sientes tú?