La urgencia de un beso, de un abrazo, de un te quiero (pero de los de verdad).
La urgencia de amar y ser amado, de cuidar y ser cuidado.
La urgencia de un familiar, de un amigo de toda la vida, de los que no conocen quien eres ahora y creen que te has convertido en lo que una versión lígrima y ya irrecuperable de ti prometía.
La urgencia de rendirse cuando has aguantado más de lo que podías.
La urgencia de huir cuando te quedaste, aún sabiendo que no querías seguir ahí.
La urgencia de salir a un espacio infinito, de sumergirse en la inmensidad del mar, de arriesgarse a naufragar... A cambio de encontrar tu hogar.
La urgencia de volver a casa. Y saludar desde un lugar inalcanzable.
Porque nunca es demasiado pronto para buscar la felicidad.