Del mismo modo que inevitablemente sucedió en el momento cero, algo se enciende: una luz capaz de iluminar mil universos, pero ninguno de ellos más grande que tú. Atraviesa mis lágrimas de felicidad de tenerte de nuevo entre mis brazos, mío y tuyo por un instante, sintiéndonos presos y libres como Cernuda; si el hombre pudiera decir lo que ama... pero cómo decirlo sólo con palabras. Se refleja entonces en ellas el espectro visible, y también lo esencial, el invisible, como bien decía el Principito. Puedo ver todos los colores, tu morado, mi azul, nuestro naranja y verde; también hay colores que conozco de sobra pero no tienen nombre, como el de tus ojos. Ahí están, como un arco iris pero sin forma de arco y sin iris, porque nuestras pupilas dilatadas se lo han comido. Empiezan a crecer en número, intensidad y tonalidades. Les pongo nombres a todos, en voz alta, escuchándome a mí mismo decir sin poder evitarlo y repetidamente "te amo". Ya no cogen en mí, ya nunca más voy a olvidarlos. Te miro fijamente a los ojos y grito porque no basta con mi sudor y mis lágrimas para verterlos de mí, de todos modos ya estamos acostumbrados a saltarnos las leyes de la física. Tu cuerpo se contrae reteniéndolos, el tiempo se para, tus ojos reflejan lo que siento mientras me ensordecen, y no sé si con un hilo de voz o en morse con tu corazón, me confiesas: "no sé cómo describirlo, es como una explosión de colores".
jueves, 8 de enero de 2015
sábado, 3 de enero de 2015
De atracciones y balanzas
Ni vosotros mismos sabéis cuánta razón tenéis cuando decís tan a la ligera eso de que la vida es como una montaña rusa. Arriba, y abajo, abajo y arriba. Subiendo para bajar y bajando para volver a subir.
A veces estamos en todo lo alto y otras en lo más bajo; las subidas son largas y se hacen eternas, y están llenas de pavor a estar en lo más alto e inseguridad, mientras las bajadas son rápidas, sin que apenas nos podamos dar cuenta de cómo pasan, aportándonos tan solo unos segundos de diversión efímera. Desde arriba las cosas pierden tamaño e importancia, y desde abajo la realidad de todo nos hace ver en ocasiones la cima más lejos incluso de lo que nos gustaría llegar.
A veces estamos en todo lo alto y otras en lo más bajo; las subidas son largas y se hacen eternas, y están llenas de pavor a estar en lo más alto e inseguridad, mientras las bajadas son rápidas, sin que apenas nos podamos dar cuenta de cómo pasan, aportándonos tan solo unos segundos de diversión efímera. Desde arriba las cosas pierden tamaño e importancia, y desde abajo la realidad de todo nos hace ver en ocasiones la cima más lejos incluso de lo que nos gustaría llegar.
Se podría decir que el 90% del tiempo que pasamos subidos en una montaña rusa sentimos miedo, tensión, agobio, arrepentimiento... Y el 10% disfrutando, riendo, con las lágrimas saltadas por la velocidad, gritando de excitación o sin aliento.
Tan sólo uno de cada diez instantes que vivimos nos resulta agradable, sin embargo seguimos montándonos en ella; y a mí, al menos de momento, me ha merecido la pena.
Así que si puedo elegir cómo morir, que sea en una montaña rusa descarrilando, gritando por la emoción de sentir (miedo, diversión, o lo que sea), y no del aburrimiento de estar viendo desde abajo cómo todos se la jugaron y lo único que les pasó fue lo que yo me perdí: la vida.
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No sé exactamente si eran mariposas, pero estaban ahí sin que yo las llamara; cada vez que te acercabas, ¡revoloteaban!. Eran tuyas pero estaban en mi estómago...
—¿Signo del zodiaco? —Acuario, pero con mariposas en lugar de peces.
"Mariposas en el estómago", vaya metáfora de mierda. Más bien parecen abejas asesinas.
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