Han sido:
3 meses,
1 secreto.
1 no lo sabe,
2 fingen que no ha pasado.
2 personas que se quieren,
0 saben quiénes. Han sido y son
1 amor y
3 amantes.
martes, 31 de diciembre de 2013
jueves, 26 de diciembre de 2013
Siete del Nueve del Diecinueve
El campo de
cabezas giradas que se extiende ante mí se va transformando en caras de emoción
según ella va avanzando a través de aquella alfombra del rojo de sus labios:
pasión. El resto es cosa suya. Las olas se callan para escuchar sus “sí quiero”
sinceros y el viento sopla suave hasta que consigue arrancarle el velo. Ella
grita riendo. Yo lo cojo al vuelo. Él la sorprende callándola con un beso. La
gente aplaude y una señora de la primera fila con un tocado perfecto se levanta
y exclama entre lágrimas de emoción “¡Se me ha casado la niña!”.
miércoles, 18 de diciembre de 2013
Te delatas
Lo siento,
pero ya no,
ya no me creo que
no me quieras.
Te delata tu
insomnio,
te delatan tus
ojeras.
Ya no me creo que
no me quieras.
Te delatan tus
palabras,
cuando dices
"¿cuándo vuelves?"
(en lugar de
"buen viaje")
cada vez que cojo
el tren de vuelta a casa.
Cuando dices
"¿cuándo vuelves?"
y suenas como un
niño.
Te delata tu
pecho,
te delatan tus
latidos
(que se aceleran
cada vez que estoy contigo).
Te delata tu pecho
que golpea los
abrazos
que nos damos
callados
(al anochecer o al
alba),
para que el Sol
nos vea de lejos.
¿Qué nos damos
callados?
Nos damos besos
mudos,
nos regalamos
miradas
(que hablan sin
que digamos nada)
y caricias en la
espalda.
Nos regalamos
miradas
que más que
delatarte te dilatan;
te dilatan tus
pupilas,
más que tuyas mías
(por un momento).
Te dilatan tus
pupilas,
escondidas en tus
párpados cansados.
Lo siento,
sé que no te dejo
dormir desde hace tiempo
(de tus sueños a
tus pensamientos).
Lo siento,
pero ya no,
ya no me creo que
no me quieras.
Te delata tu
insomnio,
te delatan tus
ojeras.
Ya no me creo que
no me quieras.
Te delatan tus
labios,
que tiemblan
cuando dicen mi nombre.
Lo siento,
pero ya no.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Concerto di gatti
—¿Me echarás de menos?
—Sí
—¿Y podré llamarte?
—Sí.
—¿Me darás los buenos días cada día?
—Sí.
—¿Y me darás las buenas noches cada noche?
—Sí.
—¿Me dejarás decirte que te quiero?
—Sí.
—¿Y me dirás que me quieres?
—Sí.
—¿Me quieres?
—Sí.
—¿Y te casarás conmigo?
—Sí.
—¿Tendremos hijos?
—Sí.
—¿Y realizaremos juntos nuestros proyectos de futuro?
—Sí.
—¿Moriremos juntos?
—Sí.
—¿Y me amarás aún después de morir?
—Sí.
Y con la luz apagada, los ojos cerrados y la grabadora en la mano, intentó quedarse dormida imaginando que aquellos síes no eran una grabación de voz reproducida una y otra vez y que aquella conversación con él era real. Pero entonces rebobinó más atrás de aquel "sí" convincente, y escuchó la verdadera pregunta, que ella misma le había hecho, a la que él contestaba con tanto entusiasmo:
—¿Quieres pasar con ella el resto de tu vida?
Y los gatos de su calle maullaron al compás de los sollozos de cada noche.
—Sí
—¿Y podré llamarte?
—Sí.
—¿Me darás los buenos días cada día?
—Sí.
—¿Y me darás las buenas noches cada noche?
—Sí.
—¿Me dejarás decirte que te quiero?
—Sí.
—¿Y me dirás que me quieres?
—Sí.
—¿Me quieres?
—Sí.
—¿Y te casarás conmigo?
—Sí.
—¿Tendremos hijos?
—Sí.
—¿Y realizaremos juntos nuestros proyectos de futuro?
—Sí.
—¿Moriremos juntos?
—Sí.
—¿Y me amarás aún después de morir?
—Sí.
Y con la luz apagada, los ojos cerrados y la grabadora en la mano, intentó quedarse dormida imaginando que aquellos síes no eran una grabación de voz reproducida una y otra vez y que aquella conversación con él era real. Pero entonces rebobinó más atrás de aquel "sí" convincente, y escuchó la verdadera pregunta, que ella misma le había hecho, a la que él contestaba con tanto entusiasmo:
—¿Quieres pasar con ella el resto de tu vida?
Y los gatos de su calle maullaron al compás de los sollozos de cada noche.
lunes, 2 de diciembre de 2013
El día que perdí mi tren favorito
Meto la mano en el bolsillo inmovilizada por el frío, rogándole al Dios en el que no creo que sea en el que estén las llaves. Por lo visto Dios me quiere. Abro la puerta al tercer intento y el calor oscuro me acoge. No me molesto en encender las luces, ya sé ir a oscuras a mi nuevo cuarto. Me tumbo en la cama y respiro fuerte para comprobar que el ambientador que mi madre me compró sigue desprendiendo su olor a lavanda. Yo y mi obsesión por los olores desde que supe que Nietzsche consideraba el olfato el más importante de los sentidos; y por la lavanda desde que supe que mi ex-novia es alérgica a ella.
Las once, las una, las tres, las cuatro... creo que ya no vas a venir. ¿Por qué sigo esperándote si hace un mes que no irrumpes en mi cuarto de madrugada como acostumbrabas a hacer? A lo mejor es que soy gilipollas y no acepto que ya no te importo, que ya no abrirás nunca más la puerta sin hacer ruido y asomarás tu sonrisa picarona por ella, que ya no volverás a tumbarte en mi cama sin mi permiso ni a pedirme con la mirada que me tumbe a tu lado, que se acabaron los abrazos "olor a ti" que transformaban en segundos las horas; o a lo mejor es que no me acabo de creer que no me quieras.
Me gustaba más al principio, cuando pensaba que lo que echaba de menos era follar contigo. Ya sabes, tus brazos grandes como a mí me gustan, tus hombros anchos, tu pecho y abdomen definidos en su justa medida, y el encajar perfecto de nuestros cuerpos. Pero parece ser que también echo de menos tu voz. Y tu estar merodeando todo el día por mi cuarto como si fuera el tuyo. Y tus bromas y tu picarme continuamente. ¿Qué ha pasado? Ella.
Apago la luz y te imagino sentado en mi cama como aquel día en el que me dijiste aquella mentira:
—Oye.
—Dime.
—Que yo te quiero, ¿eh?
—Y yo a ti, hombre —recuerdo que ni me molesté en apartar la vista de mi ordenador.
—Pero es que yo te quiero mucho.
Te miré.
—Yo también te quiero mucho.
—Pero de verdad...
Y no se me ocurrió otra estupidez que preguntarte que por qué me hacías la pelota, que qué querías. Te quedaste en silencio y tu sonrisa se curvó inversa. Me dedicaste entonces tú primera felicidad fingida y me dijiste con voz temblona y apartando la mirada:
—Estoy enamorado de ella.
Siento los pies helados y los froto entre sí para hacerlos entrar en calor, recordando los masajes que nos dábamos el uno al otro para mantenérnolos calentitos. Sonrío y cierro los ojos, dispuesto a conseguir no soñar esta noche contigo, pero entonces aparece la imagen de las puertas de un tren cerrándoseme en las narices y abandonando la estación. El último vagón levanta el aire al desaparecer frente a mí y me llena la nariz de tu olor dulzón y la boca de tus besos suaves; los ojos de las lágrimas que en tu hombro lloré y las manos de la fuerza con la que debería haberte demostrado que te amaba, en forma de puño cerrado, con las uñas clavándoseme en las palmas. Es el recuerdo de aquel día que te levantaste de mi cama para no volver a tumbarte en ella y saliste de mi habitación para no volver a entrar; el recuerdo del día en el que perdí mi tren favorito: tú.
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